Hana D. Lehečková

Pimpollos

2021 | Vyšehrad

Mi hermano, abajo, en la esquina oscura de la litera, se cambia inquieto de costado y murmura algo.

 

YO: ¡De repente! ¡De la nada! ¿Lo entiendes? Por la noche nada, ¡y por la mañana de repente nieve por todas partes! ¡Míralo! Jolepa, ¡tienes que verlo!

 

Mi hermano por fin se sienta, bosteza, se estira, entreabre los ojos; después, medio desnudo, sale de debajo del edredón y me clava sus ojos enrojecidos e inflados.

 

MI HERMANO: ¿Te has vuelto loca? ¿Nunca has visto la nieve?

 

Agarro el picaporte de la ventana, la abro y hundo un dedo en la nieve del alféizar. Está fría. Luego planto la mano entera. Siento la nieve derritiéndose bajo su calor, la cojo y formo una pequeña bola.

Me estiro y tiro la bola con todas mis fuerzas a mi hermano, directamente a su cara.

 

 

Cada año, antes de Navidad, nuestro grupo de teatro organiza un festival navideño al que van los padres, los amigos y los antiguos miembros. Es un gran acontecimiento, todos se ven, se saludan, charlan, se cuentan lo que hay de nuevo, y cada sección presenta una muestra de aquello en lo que justo está trabajando.

Nuestra sección, en octubre y en noviembre, se aprendió el texto que ahora recita por primera vez delante del público. Sin los trajes, sin atrezo y solo delante de gente a la que todos conocemos, pero como dice Mirek: la familia son los jueces más estrictos.

 

. . .

 

En realidad, no me acuerdo de nada de esa función.

De nada.

Entonces todo pasó a mi lado como si fuera un sueño. Un tren que no se puede parar, y yo solo lo miro pasando en la distancia.

Estamos en el salón social, frente a nosotros nuestros padres sentados en sillas, nos enfocan las luces, hace calor, sudamos, hablamos, vamos por el escenario, agitamos las manos, levantamos la voz y luego susurramos, nos reímos de la ingenuidad del ruiseñor, cuando llega por primera vez al palacio del emperador, lloramos cuando canta por primera vez, nos ponemos tristes cuando se va del palacio, y tenemos miedo cuando el emperador cae enfermo y viene a visitarlo la misma muerte, se apagan las luces, hay un silencio, todos respiramos aliviados, nos veo como desde una altura enorme, enormísima, saludamos, el público aplaude, ruido por doquier, Mirek se pone de pie y aplaude con sus grandes manos, que con cada aplauso se hunden como en un colchón blando, y grita: Y que sepáis que esto lo han ensayado en solo dos meses, en solo dos meses, ¿oís, padres y madres, qué hijos tan geniales tenéis en casa? Y entiendo que es el final, que la función se ha acabado, esto son los aplausos, cuando los actores hacen reverencias, y yo no tengo ni idea de cómo ha pasado.

¿Se sienten así de raro todas las actrices, de vez en cuando?

¿Así,

como si estuvieran solas en una tienda vacía?

 

. . .

 

Y empieza la fiesta de Navidad.

Mientras los niños se quedan en el salón social, Mirek invita a todos los padres y antiguos miembros a la sala de descanso contigua. Junta varias mesas, acerca unas sillitas infantiles y coloca en medio una olla enorme, un caldero como el que tienen en el comedor del colegio para el té caliente, y dentro da vueltas vino tinto caliente con especias.

Los padres cogen nuestras tacitas infantiles, que tenemos en los armarios, y Mirek agarra el cucharón. Ya saben, los solterones como yo tienen que saber cuidarse de sí mismos, tengo cuarenta años, no tengo mujer, así que al menos me hace compañía el alcohol, grita hacia todos los lados y sirve a los padres risueños en las tacitas el vino, que humea tanto que se empañan todas las ventanas. Los padres van de aquí para allá, se sientan en nuestras sillitas con las rodillas casi en la barbilla, o se quedan de pie apoyados en la pared. Veo también a mamá entre la multitud y siento alivio, un gran alivio de que alguien haya venido, que esta vez al menos haya venido alguien de mi familia. Ya no seré la única que hoy no tiene a nadie aquí.

Entre tanto, los niños del salón social corretean sin parar, se gritan, saltan y se pelean.

 

FARFULLAS: SOY EL AMO DEL MUNDO, ¡POSTRÁOS TODOS ANTE MÍ!

 

Se golpea el pecho y después hace el pino.

 

ANDREA: ¡YO SOY UNA PRINCESA TURCA Y TODOS VOSOTROS SOIS MIS ESCLAVOS! ¡TENÉIS QUE OBEDECERME!

 

Salta sobre una silla y declama, como si hablara en la radio local, levanta el dedo y reparte órdenes a todo el mundo.

 

PÉŤA: Y YO SOY EL PERRO GUAU Y ME GUSTAN LOS HUESOS DE CERDO, GUAU, GUAU.

 

El pequeño Péťa ladra, se lanza al suelo a cuatro patas y hace ver que se mea en un árbol, mientras Nela finge que es su dueña.

Caos por todas partes, locura y jaleo. De repente, con todo ese torrente de gente me entra calor. No puedo coger aire, no me llega a los pulmones tan hondo como debería.

Prefiero irme un rato al vestuario.

Está oscuro, pero también hay aire fresco.

Respiro profundamente, me froto la cara sudada con la mano. Apesta a algo particular, apesta a miedo, a tensión escénica y a nervios. Por unos momentos, me apoyo en la pared y solo miro hacia la oscuridad frente a mí.

Luego alargo la mano hacia el interruptor, enciendo la luz y voy hacia mi casilla. Las baldosas me dan frío en los pies. Abro, y de repente oigo algo.

Una voz.

Hay alguien en el lavabo.

Primero pienso que hay alguien meando y hablando para sí mismo, una chica que se cree que está completamente sola.

Pero luego oigo otra voz.

Me paro y escucho unos momentos.

Distingo a las consejeras de Mirek del equipo de los mayores, Myška y Kiki.

Joder, ¿por qué están encerradas juntas en el baño?

 

MYŠKA: Déjame beber más.

KIKI: Ostras, el vino este con especias es un asco.

MYŠKA: No importa, al menos hay priva.

KIKI: Oye, ¿y cuándo pasó?

MYŠKA: Antes de ir con el grupo a Orlík.

KIKI: ¿Por eso no fuiste?

MYŠKA: Sí. Puse de excusa que se había muerto mi tía. Pero se murió el año pasado. No quería verle. No puedo dejar de pensar en eso. Su panza sudada, gorda y peluda.

KIKI: Así que te acostaste con él.

MYŠKA: Sí.

KIKI: ¿En plan a ful?

MYŠKA: Sí.

KIKI: ¿Y qué tal estuvo?

MYŠKA: No sé. Si lo intenta también contigo, sal con alguna excusa.

KIKI: ¿Y se lo contarás a tus padres?

MYŠKA: ¿Estás loca? Mis padres lo adoran, nunca me creerían.

KIKI: ¿Ahora tendrás que montártelo con él siempre?

MYŠKA: No tengo ni idea. No me ha dicho nada.

KIKI: Jolín, pobre Šíša. Se quedará jodidísima.

MYŠKA: ¿Debería decírselo?

KIKI: Pues claro, las tres somos superbuenas amigas, tenemos que contarnos la verdad.

MYŠKA: Pero a ti también te besaba.

KIKI: Pero besar es otra cosa, se besa con todas siempre, incluso con las niñas del equipo de las pequeñas, pero solo duerme con Šíša. Y ahora contigo, o sea.

MYŠKA: No sé, quizá también se acueste con otras chicas.

KIKI: ¿Tú crees?

MYŠKA: Ya sabes lo mujeriego que es, cada dos por tres está sobando a alguna. Siempre tiene a una principal, como por ejemplo antes a Beáta y ahora a Šíša. Y luego otras secundarias también, que las tiene en reserva, por si acaso.

KIKI: A Šíša le echó un casquete también por la noche en Orlík, tal cual arriba en el dormitorio, donde estaban también los demás, yo dormía al lado en el suelo, hice ver que estaba durmiendo, pero no dormí ni un minuto, fue superasqueroso de verdad. Ah, y Šíša allí se peleó a saco con Mirek, parece que igual se quiere ir del grupo.

MYŠKA: Igualmente es raro que Beáta nunca se peleara con él y siga yendo a las actividades del grupo. Que siga llevándose tan superbién con él.

KIKI: Quizá a ella no le molestara tanto.

MYŠKA: ¿Tú crees?

KIKI: No sé. Supongo que estaba supermanipulada y no se le ha pasado.

MYŠKA: Espera, ¡sssht!

KIKI: ¿Qué pasa?

MYŠKA: ¿Lo has oído?

 

Las chicas del lavabo de repente se quedan en silencio.

Me falta el aire.

¡Joder!

Joderjoderjoder.

Jodeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeer.

Es por mi puto casillero comunista idiota.

Han oído cómo chirriaba la puerta de mi puto casillero comunista idiota.

Lo cierro de golpe, rápido, me meto la llave en el bolsillo, cojo el picaporte y abro la puerta. Oigo cómo se mueve la cadena del cerrojo del lavabo, salgo en silencio y desaparezco como el vapor encima de la olla.

 

 

Felices Fiestas, y no me los matéis durante las Navidades, dice el sonriente Mirek para despedirse de todos los padres. Toca la gran campana del teatro, con la que de vez en cuando empieza las funciones de teatro, y lleva en la cabeza un polvoriento gorro de Papá Noel. Los padres le dan la mano y lo abrazan, entonces Mirek grita: ¡Estamos debajo del muérdago!, agarra a la ex miembro Beáta por la cintura, le da un enorme beso que incluso chasquea ruidosamente, y todos los padres se ríen. Miro al padre de Myška, ese señor alto y flaco, apretando la mano de Mirek. Los dos hombretones están cogidos de la mano y de repente parece como si fueran dos niños pequeños sentados en una tienda de campaña y confirmando su amistad con un juramento de sangre. Oigo al padre de Myška, que le dice a Mirek: Dale caña a nuestra hija, ella es así, ya sabes, una frescales, necesita mano firme, tú sabes cómo hacerlo, tienes autoridad, por eso aquí te apreciamos todos. Mirek asiente en señal de reconocimiento.

Cuando se despide de él mi madre, escucho, aguzo los oídos, pero Mirek no dice nada. Mamá se da la vuelta y va a buscarme, pero entonces Mirek le chilla: Señora Hnídková, ¿qué le parece si nos tuteamos? Entonces la coge bajo el brazo, la gira hacia él, la mira y dice que ya sabe de dónde ha sacado Františka esos ojos tan encantadores. Mamá calla, no dice nada, parece sorprendida, y Mirek añade: Las chicas como ella son guapas de manera reservada, discreta, eso las hace más guapas, y tú eres exactamente igual.

No suelto los ojos de ellos y en secreto, para que nadie me vea, me lleno los bolsillos de dulces navideños para el camino.

Mamá mira a Mirek, pestañea bruscamente, se pone completamente roja y, cuando ve que la estoy mirando, se aparta rápidamente de él, me saluda con la mano y desaparece en el vestuario entre los adultos chillones.

Voy tras ella.

 

 

Y nos vamos para casa.

Mamá se tambalea un poco, pisa la nieve y deja grandes huellas profundas. Saco del bolsillo un dulce navideño destrozado tras otro y en la oscuridad me los meto en la boca. Ven, date prisa, me dice mamá y me empuja un poco para que me dé prisa, y añade: No quiero que nos pille la madre de Magda, he tenido que pasar toda la tarde sentada a su lado, pero ha sido un martirio, no me gusta hablar con ella, esa mujer no tiene nada de conocimientos, supongo que es porque solo hizo la FP.

Luego a mamá se le doblan las rodillas, me agarra rápidamente y se coge de mi hombro.

 

YO: Ay, qué haces, me haces daño.

 

Vale, no te pongas así, si te parece me caigo aquí en la nieve, ya te gustaría, eh, me ataca mamá, se endereza con dificultad y me suelta. Y no comas todos esos duces, que no querías hacer dieta, suelta entre dientes, cabreada, y yo pienso que en Navidad debería prohibirse el vino de tetrabric caliente con especias.

Vamos un rato en silencio, una junto a la otra.

 

YO: Mamá, ¿qué es echar un casquete?

 

Pregunto, y me paro. Pero mamá sigue, sin más por la nieve, como si nada, no me contesta, seguramente no me haya oído por los crujidos y los susurros de la nieve.

La miro caminando, despacio, paso a paso, y dejando tras de sí como un buldócer en la nieve huellas en las que podría esconderse incluso el pequeño Péťa para no tener que hacer de esclavo de la princesa turca Andrea.

Tras un par de metros se detiene y se vuelve hacia mí. A la luz de una farola veo que empieza a nevar, los copos caen con cautela sobre su gorro negro y peludo, como si se posaran en el musgo. Giran a su alrededor, como si supieran que lo que es de hielo es frágil.

¿Te das prisa de una vez?, me grita, y su voz se extiende por la calle vacía.

 

YO: Sí.

 

Le respondo, y mejor acelero.

 

 

Traducción de Kepa Uharte